La mayoría de los trillones de células que componen el organismo se dividen cada cierto tiempo, pero todas tienen un número limitado de divisiones que va descendiendo con los años.
El resultado de esa división es una copia casi idéntica de su célula madre, pero con pequeñas diferencias en la longitud en los extremos del ADN de sus cromosomas, concretamente en las puntas de los cromosomas. Esas puntas se denominan telómeros y según se acorten, más corta es tu vida.
Intentemos que no se acorten entonces. Pero, ¿cómo?
Los telómeros se van acortando cada vez más, y una de sus funciones es, precisamente, la de contador. Van contando el número de veces que una célula se ha divido en dos células, o multiplicado por dos, según lo mires, porque es como si cogiéramos un globo de aire, lo retorciéramos y salieran dos globos pegados, eso sí, más pequeños, concretamente la mitad de grandes que el globo que se está dividiendo.
Ahora tenemos dos globos, pues con el tiempo, esos dos globos se separan del todo. Por eso digo, que el globo se ha dividido en dos globos, y que al final donde había uno, ahora hay dos, con lo cual, realmente se ha multiplicado la cantidad de globos que hay, habiendo ahora el doble. Eso justo es lo que pasa con esa estructura redonda en la que pensamos cuando hablamos de la célula.
Y la célula lleva una especie de temporizador o de contador que está en la punta del ADN, y esa puntita sabe perfectamente si se encuentra en una célula, hija, nieta o tataranieta, y dependiendo de la célula tendrá asignado un número de veces posibles que se le permite a la célula multiplicarse y tener células “hijas”, ya sabes los dos globitos medianos que luego crecen.
Entonces, si cada vez que una célula se divide en dos, las células hijas son exactamente igual que la célula de la que vienen, excepto porque los telómeros en cada división se reducen de tamaño, llegará un momento que lleguen al límite y no se podrán “reproducir” más. Si esto no pasara seríamos casi inmortales.
En conclusión, no nos interesa que nuestras células tengan que reproducirse a marchas forzadas, ya que estaríamos acortando nuestra vida. Cuanto antes se gasten, antes nos faltarán de aquí y de allá.
Intentaremos entonces, que no sea necesario reponer continuamente células dañadas, ya sean del hígado, del intestino, o del sistema inmune, por citar tres ejemplos. Hablando del sistema inmune…cuando son las células inmunes las que llegan a las últimas divisiones celulares posibles, y ya incluso hay algunas que no se pueden regenerar, hablamos de Inmunosenescencia, es decir, hemos perdido algunos de los soldados, y los que quedan, hacen lo que pueden, por eso, en personas de avanzada edad suele haber un deterioro de la respuesta inmunológica o inmunosenescencia. La capacidad de síntesis de los diferentes tipos de anticuerpos también se ve afectada con la edad, disminuye la síntesis de inmunoglobulinas.
Además, la división celular que ocurre en las células del sistema inmune, como ocurre en el resto de células que se dividen (células mitóticas), no siempre es perfecta. A veces, la fotocopiadora de la célula (encargada de duplicar el ADN antes de la división), se estropea, como ves, lo mismo que en la típica copistería, que siempre hay una máquina averiada.
Cuando eso ocurre, la copia sale emborronada, no se lee bien, y entonces, la célula original que hace un “fifty-fifty” de ADN original y el ADN copiado, entre las dos celulitas resultantes, termina dando lugar a dos hijas mutantes, porque se reparten a medias el ADN.
Estas células mutantes, a su vez pueden reproducirse, e incluso pueden reproducirse descontroladamente, y en este caso se denominarían células tumorales.
El tipo de vida y hábitos determinan en gran medida las diferencias en el proceso de envejecimiento de distintos humanos, y esto influye en la longitud de los telómeros y en la expresión genética del ADN.
Recordemos que cada vez que respiramos oxígeno se produce una combustión celular, mediante la cual quemamos moléculas gracias a ese oxígeno, y que como resultado de esa hoguera se crean radicales libres, el humo de deshecho. Los radicales libres dañan a las moléculas que tienen próximas, aunque nuestras células fabrican antioxidantes para protegerse, pero la cantidad que se produzca depende de la edad, por lo que a más edad más daño celular, al haber menos antioxidantes, a no ser que haya una suplementación que ayude a mantener un nivel de antioxidantes como cuando el cuerpo era más joven. Con menos de 25 años los antioxidantes fabricados por nuestro cuerpo están en su nivel más alto. Posteriormente, a los 25 años empieza a descender la producción de antioxidantes lentamente. A los 40 años hay una bajada notable y después siguen descendiendo a lo largo de la vida.
En los casos de exceso de radicales libres no neutralizados por antioxidantes en nuestras células, se produce tal estrés oxidativo, que dañan las moléculas del ADN, es decir dañan los cromosomas, y también a biomoléculas de las mitocondrias, etcétera. En el peor de los casos, la célula entra en necrosis (muerte celular descontrolada). Si hay que reponer las células que han muerto, otras células tendrán que entrar en mitosis (división celular), para multiplicar el número de células y reconstruir los tejidos dañados, como si de repoblar con civiles y reconstruir un país después de una guerra se tratara. Si queremos que no haya tanto recambio celular, habrá que cuidar que las células que tenemos no se deterioren por exceso de radicales libres.

Este estrés oxidativo del que hablamos está íntimamente relacionado con las señales o marcas de la edad que se han expuesto en 2013 y 2023, el Doctor Carlos López-Otín y otros científicos. Estos signos de la edad son inestabilidad genómica, desgaste de los telómeros, alteraciones epigenéticas, pérdida de proteostasis, detección desregulada de nutrientes, disfunción mitocondrial, senescencia celular, agotamiento de las células madre, comunicación intercelular alterada, inflamación crónica, disbiosis, y macroautofagia discapacitada.
Saber más es cuidarse mejor, sobre todo si aplica lo que se aprende.
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